jueves, 9 de junio de 2016

EL ARPA Y LA SOMBRA


Novela del escritor cubano Alejo Carpentier, publicado en 1979. Esta obra, como la novela“Concierto barroco”, es una obra breve, pero esto no significa que no sea una de las obras maestras del narrador cubano. La novela parte de la pretendida beatificación de Cristóbal Colón, que cuenta en un libro León Bloy y que por tres veces propusieron dos pontífices del siglo pasado, y crea una historia desmitificadora, crítica, llena de humor, un “irreverente relato”, como él decía, que es el último de sus juegos históricos. Curiosamente justifica el tema, tras tantos años de éxito con la fórmula de lo real maravilloso, escudándose en el aserto de Aristóteles que dice no ser oficio de poeta “el contar las cosas como sucedieron sino como debieran o pudieran haber sucedido”.

Alejo Carpentier suscribió en 1927 un Manifiesto que en embrión presentaba ya algunos postulados políticos de la todavía lejana Revolución cubana; varios de sus firmantes, entre ellos el narrador cubano, fueron encarcelados. Tras la salida de la cárcel su situación era insostenible, y decidió huir de Cuba aprovechando la documentación de Robert Desnos, poeta surrealista francés que había ido a Cuba a participar en el Congreso de la Prensa Latina en representación de un periódico de Buenos Aires. De esta forma Carpentier se alejó de Cuba cuando el vanguardismo comenzaba a dar sus frutos.
Puesto que la obra gira en torno al Descubridor de América, Cristóbal Colón, sería conveniente hacer una síntesis histórica de su paso por América. A finales del siglo XV, un marino un tanto estrafalario, que se decía genovés y conocedor de todos los mares, seguía a los reyes y su corte en demanda de ayuda para una empresa más amplia. Si idea, entre genial y equivocada, consistía en llegar a las costas orientales de Asia navegando hacia Occidente.
Nadie había intentado entonces la realización de semejante proyecto, que ni siquiera se sabía si era posible. Desde luego, los cálculos de Cristóbal Colón estaban equivocados, y venían a colocar al Japón poco más o menos donde está la isla de Cuba. (De aquí que el error perdurase aún después del descubrimiento). Los dictámenes de los expertos españoles- atenidos científicamente a los conocimientos de la época- resultaron, en líneas generales, desfavorables al proyecto, y, por otra parte, los Reyes Católicos habían concedido, desde los tratados de Alcacovan-Toledo, vía libre a los portugueses “versus indos”, por la vía de Oriente. ¿Hasta qué punto acceder a los deseos de Cristóbal Colón significaba faltar a los pactos? Se explican las dudas.
Pero al fin, en 1492, quedó autorizada y patrocinada la expedición, que lo mismo podía perderse para siempre en el océano que proporcionar a Occidente las más insospechadas perspectivas en todos los campos posibles: desde el económico y financiero hasta el evangélico. Organizada la expedición, gracias sobre todo a los buenos oficios de los hermanos Pinzón, salió Cristóbal Colón de la costa de Huelva con las embarcaciones “Pinta”, “Niña” y “Santa María” y, tras una breve escala en Canarias, inició la travesía atlántica, la expedición alcanzó tierra en Guanahaní, que Colón bautizó San Salvador. Sucesivamente tocaron otras islas del mismo archipiélago y, por último, Cuba, ya en las grandes Antillas, y La Española, donde el descubridor hizo construir un primer establecimiento colonizador, el llamado fuerte Navidad. Al regreso de la expedición, Cristóbal Colón fue recibido triunfalmente en Barcelona por los Reyes Católicos, y en seguida realizó su segundo viaje, en el que descubrió el archipiélago de las pequeñas Antillas, Puerto Rico y Jamaica, además de circunnavegar en buena parte de Cuba y realizar una fundación (La Isabela) en La Española, ya que el fuerte Navidad había sido destruido por los indígenas. Todavía realizó Cristóbal Colón dos viajes más: en el tercero descubrió la costa continental, desembocadura del Orinoco y las islas de Trinidad y Cubagua. Fue entonces cuando atravesó el descubridor sus primeras dificultades graves como virrey, dada su escasa capacidad de gobierno y la radical contraposición entre sus ideas y las de los españoles que lo acompañaban, empeñados en prolongar en América la vieja tradición repobladora y colonizadora heredada de la Reconquista. Llegadas a España nuevas alarmantes de la situación en La Española, enviaron los reyes en visita de inspección al comendador de Calatrava, que apresó a Cristóbal Colón y a sus hermanos Bartolomé y Diego, que habían ejercido cargos de responsabilidad en la isla, y los envió a España. La reina se apresuró a desagraviar al navegante, y todavía pudo realizar este cuarto viaje (1502), pero se le prohibió expresamente, que tocase en La Española.
En esta ocasión Cristóbal Colón descubrió la costa de América Central, entre Honduras y Panamá. Ya por entonces los llamados “viajes menores” habían permitido diseñar un amplio trazo del perfil oriental del continente, desde el Darién hasta el Río de la Plata. Sin embargo, Cristóbal Colón, que murió dos años después de su regreso, nunca llegó a sospechar que las tierras por él descubiertas no tenían nada que ver con Asia; en tal sentido, el descubrimiento intelectual de Nuevo Mundo cabe atribuirlo a Américo Vespuccio.
No es totalmente cierto, por último, que Cristóbal Colón muriera en la pobreza; conservaba el crédito que le otorgaban sus intactos privilegios, y su hijo Diego, al casar con una sobrina del duque de Alba, había de entroncar a su familia con uno de los más ilustres linajes castellanos. Fue enterrado provisionalmente en la cartuja de Las Cuevas (Sevilla); más adelante su hijo Diego, virrey de la Española, lo trasladó a la catedral de Santo Domingo. Como es sabido, el gran navegante no se expresa de manera correcta en ningún idioma. En su castellano se encuentran portuguesismos claros: por ejemplo, un deter por detener en la relación del tercer viaje. A su vez, cuando escribe en italiano no deja de incurrir en groseras faltas que revelan que no era este el idioma en que redactaba sus múltiples escritos normalmente. Esto es lógico. En efecto, Cristóbal Colón es ante todo un hombre de mar, y, por tanto, este marino estaba acostumbrado a chaparrear mil lenguas sin lograr expresarse bien en ninguna. A diario y durante sus años mozos el Almirante hubo de enterarse con sus compañeros en la jerga que entonces se llamaba “levantisca”, esto es, del Levante, del Mediterráneo en general; esto, sin embargo, de más encanto a unos relatos de viajes ya de por si interesantes para un lector de nuestros días. Relatos que, a pesar de todos los barbarismos, alcanzan a veces una sorprendente altura literaria, y que constituyen un documento histórico de primera magnitud para comprender una de las páginas más interesantes y de más trascendencia de la historia de las Humanidad: la conquista y colonización de América, amplio el horizonte del mundo hasta entonces conocido y explorado por Occidente, el cual se limitaba prácticamente a la cuenca del Mediterráneo, cuna de la civilización occidental, a Europa, la norte de África y el Próximo Oriente. Luego de esta necesaria introducción, vayamos al contenido de la novela de Carpentier.
La novela de Carpentier consta de tres partes simbólicas tituladas “El arpa”, “La mano” y “La sombra”. Tres partes que constituyen tres etapas en el proceso de desmitificación de la figura histórica del Descubridor del Nuevo Mundo.
La primera parte, relativamente corta, es en realidad una especie de introducción en la que se nos presentan las condiciones en las cuales se le ocurre al Papa Pio IX, a partir de una experiencia concreta en América Latina cuando todavía era joven sacerdote al servicio del Cardenal Giovanni Muzzi arzobispo de Philippoli en Macedonia, la idea de hacer canonizar a Colón y, por consiguiente, de presentar un proceso de beatificación como etapa previa (Pio IX, cuyo nombre era Giovanni Mastai Forretti, nacido en Senigallia. Papa de 1846 hasta su muerte. Vio el término pontificio incorporado por la fuerza a Italia, y convocó el Concilio Vaticano I que proclamó la infalibilidad papal. Autor de la encíclica Quanta Cura y del Sillabus de 1864, oponiéndose a las ideas democráticas que entonces estaban en boga. Fue el pontífice de más largo reinado. 
La misión apostólica en América Latina de la que forzaba parte el joven protagonista, había sido llamada por O´Higgins, jefe de la joven República chilena que sabía que España soñaba con restablecer en América la autoridad de su ya muy menguado imperio colonial, luchando denodadamente por ganar batallas decisivas en la banda occidental del continente, antes de ahogar en otras partes, mediante una auténtica guerra de reconquista- y para ello no escatimaría los medios- las recién conseguidas independencias. Y sabiendo que la fe no puede extirparse de súbito como se acaba, en una mañana, con un gobierno virreinal o una capitanía general , y que las iglesias hispanoamericanas dependían, hasta ahora, del episcopado español, sin tener que rendir obediencia a Roma, el libertador de Chile quería sustraer sus iglesias a la influencia de la ex metrópoli- cada cura español sería mañana un aliado de posibles invasores-, encomendándolas a la autoridad suprema del Vaticano, más débil que nunca en lo político, y que bien poco podía hacer en tierras de ultramar fuera de lo que correspondería a una jurisdicción de tipo meramente eclesiástico. Así se neutralizaba un clero adverso, conservador y revanchista, poniéndoselo sin embargo- ¡y no podría quejarse de ello!-.
La obra empieza en 1864, momento en que el papa Pío IX está por firmar la propuesta de beatificación de Cristóbal Colón, etapa previa a su canonización, y se termina a fines del siglo XIX, en el momento en que finaliza el proceso de beatificación. En este período real de menos de cuarenta años, se concentran, en realidad, unos cuatro siglos y medio de Historia que abarcan el nacimiento, la vida y la muerte del personaje principal (Cristóbal Colón), el descubrimiento del Nuevo Mundo, y todo el largo período de la Conquista, de la Colonización y de la Independencia política de América Latina. La misión apostólica salió de Génova el 5 de octubre de 1823 hacia “las inmensidades siderales”, la misión se presentaba para el joven Mastai como la repetición de aquella “prodigiosa empresa”, realizada más de tres siglos atrás por un ilustre genovés que “habría de dar al hombre una cabal visión del mundo en que vivía, abriendo a Nicolás Copérnico las puertas que le dieron acceso a una incipiente exploración del infinito.
Para mostrar el peso de Génova en la historia del mundo, el futuro papa Pío IX evoca entonces la figura de otro ilustre genovés, el Almirante Andrea Doria, que mandó en un principio la armada de Francisco primero de Francia y luego la de Carlos V y que, al final del relato, se encontrará con el fantasma de Cristóbal Colón (Andrea Doria 1468-1560. Marino genovés. Fue Capitán general del Levante. Estuvo a las órdenes de Francisco I, pero pasó a prestar servicios a Carlos V. Obtuvo victorias navales sobre los turcos y conquistó a Túnez. Al poder tomar Génova se le llamó “Libertador”. 
Llegado a Chile, al ver la importancia de las iglesias y conventos, el fervor de la Semana Santa y el vigor de la fe, el futuro papa tuvo la revelación de una América más inquieta, profunda y original de lo que esperaba con una humanidad en efervescencia, inteligente y voluntariosa, siempre inventiva aunque a veces desnortada, generadora de un futuro que sería preciso aparear con el de Europa. Es entonces que el futuro Pío IX pensó que el elemento unificador podría ser la fe. Pasando revista a los diferentes santos del Nuevo Mundo no encuentra ninguno capaz de desempeñar ese papel. Entonces es cuando piensa en Cristóbal Colón, el portador de Cristo, que se le aparece como el mejor antídoto contra las ideas de los enciclopedistas franceses y de los filósofos Voltaire y Rousseau que han penetrado en América contribuyendo a su independencia política y, como lo ha podido observar, siguen influyendo en los gobiernos del argentino Bernardino Rivadavia y del nuevo presidente chileno Freire. De tal forma que, en el espíritu del futuro Pío IX, Cristóbal Colón, convirtiéndose en santo planetario, podría ser el elemento unificador entre europeos e hispanoamericanos.

La segunda parte del libro, en la que Cristóbal Colón, en su lecho de muerte, está esperando a su confesor, se presenta, en cierta forma, como una especie de novela dentro de la novela. A lo largo de las 131 páginas que constituyen esta segunda parte de la novela, Alejo Carpentier trata de persuadir al lector de que toda la historia de Cristóbal Colón no ha sido más que farsa o impostura, como lo subraya el símbolo cervantino anacrónico del Retablo de las Maravillas. Dice el mismo Colón… “cuando me asomo al laberinto de mi pasado en esa hora última, me asombro ante mi natural vocación de farsante, de animador de antruejos, de armador de ilusiones, amanera de los saltabancos que en Italia, de feria en feria- y venían a menudo a Savona- llevan sus comedias, pantomimas y mascaradas. Fui trujimán de retablo, al pasear de trono en trono mi Retablo de Maravillas”.

Gracias a la técnica de confesión que presupone un tono de sinceridad, el descubridor del Nuevo Mundo “hablará, lo dirá todo”. Es así que Carpentier intenta crear un ambiente favorable a la desmitificación del héroe y de su empresa de descubrimiento, pretendiendo mostrarlo no tal como lo hizo la leyenda, sino tal como fue realmente o, por lo menos, tal como hubiera podido ser, como señala en la advertencia a su novela.

“En 1937, al realizar una adaptación radiofónica de El libro de Cristóbal Colón de Claudel para la emisora Radio Luxemburgo me sentí irritado por el empeño hagiográfico de un texto que atribuía sobrehumanas virtudes al Descubridor de América. Más tarde me topé con un increíble libro de León Bioy, donde el gran escritor católico solicitaba nada menos que la canonización de quien comparaba, llanamente, con Moisés y San Pedro.

Lo cierto es que dos pontífices del siglo pasado. Pio nono y León XIII, respaldados por 850 obispos, propusieron por tres veces la beatificación de Cristóbal Colón a la Sacra Congregación de Ritos, pero ésta, después de un detenido examen del caso, rechazó rotundamente la postulación.

Este pequeño libro sólo debe verse como una variación (en el sentido musical del término) sobre un gran tema que sigue siendo, por lo demás, misteriosísimo tema… Y diga el autor, escudándose con Aristóteles, que no es oficio del poeta (o digamos del novelista) “el contar las cosas como sucedieron, sino como debieron o pudieron haber sucedido”.
La tercera parte es la continuación de la primera. Estamos en Roma a fines del siglo XIX y aístimos a la reconstrucción grotesca del proceso de beatificación del Gran Almirante de la Mar Océana, con actores vivos y muertos que, gracias a la magia del verbo, han recobrado vida para la circunstancia, el Postulador José Baldi, León Bloy el impugnador de la leyenda negra de la conquista, el Presidente, el Protonotario, el Abogado del Diablo, Schiller, y los testigos de cargo, Víctor Hugo, Julio Verne, Alfonso de Lamartine y Bartolomé de las Casas, todas las épocas confundidas, sin hablar de la presencia del fantasma invisible del mismo Cristóbal Colón en busca de una identidad que no ha podido hallar en la confesión ni en la muerte. Entonces todo viene tratado por Alejo Carpentier a contratiempo y en contrasentido bajo la forma de una comedia burlesca, o más bien de una ópera bufa, en un ambiente temporal y espacial totalmente esperpéntico ya que en el tiempo y el espacio novelescos se confunden el espacio y el tiempo reales con el tiempo y espacio míticos. Todo ello nos conduce a la caída del héroe que, hallándose solo en la Plaza de San Pedro, pudo saborear la amargura de su propio fracaso recordando los versos de la tragedia “Medea” de Séneca que le había servido de libro de cabecera, antes de desaparecer para siempre.

“..Y mientras empezaban a sonar claras campanas en aquel melodía romano, se recitó los versos que parecían aludir a su propio destino: “Tifis, que había domado las ondas / tuvo que entregar el gobernalle a un piloto de menos experiencia / que, lejos de los predios paternos, / no recibiendo sino una humilde sepultura / bajó al reino de las sombras oscuras”… Y en el preciso lugar de la plaza desde donde, mirándose, hacia los peristilos circulares cuatro columnas parecen una sola, el Invisible se diluyó en el aire que lo envolvía y traspasaba, haciéndose uno con la transparencia del éter”
Es así como Cristóbal Colón regresa a la muerte de donde había intentado fugarse, la novela al mito del que había pretendido liberarse. Intenta rescatar de la advertencia que el autor hace a su novela, la cual ya hemos citado anteriormente, que Carpentier intenta prevenirse contra las futuras críticas que, como veremos más adelante, el lector avisado le podría hacer a propósito de las libertades que se toma con la verdad histórica. Pues, si bien es cierto que en su conjunto el escritor sigue, en la presentación de los sucesos relativos a la biografía de Cristóbal Colón y la realización de su empresa de descubrimiento, la historiografía oficial y el relato del viaje del mismo Colón. En cambio, en la interpretación de dichos acontecimientos y de la biografía del Almirante se aparta de la historia panegírica oficial.

Conviene señalar también que en la reconstrucción del itinerario histórico del Descubridor del Nuevo Mundo, apelará varias veces a la leyenda para apoyar la tesis de la impostura que defiende en su novela. Uno de esos grandes lo constituye, por ejemplo, el episodio en que Maestre Jacobo de cuenta al futuro Almirante la saga de los Normans ovikingos. Asimismo, cuando la reina Isabel la Católica entra en escena, lo puramente histórico deja paso a lo novelesco y origina uno de los mejores momentos del relato. Las relaciones apasionadas entre Colón y la Reina no dejan de ser, sin embargo, reveladoras de la personalidad enigmática del Descubridor de Nuevo Mundo igual que del sentido político de la reina, porque están inmersas en un sustrato histórico perfectamente dibujado en el que cada uno de los dos amantes desempeñan su propio papel político.
Fuente:http://resumenesdeobrasliterariasdelgado.blogspot.pe/

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